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Menuda decepción

Mecano se equivocó: Hawái NO es un paraíso (o por lo menos Honolulu)

Cuatro días me bastaron para darme cuenta de que Honolulu, la capital y la localidad más grande del estado de Hawái, no es para nada el paraíso que Mecano nos vendió en su famosa canción. Lo de Bombay todavía no lo sé.

-Honolulu

HonoluluPexels

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“Al ponerme el bañador me pregunto cuándo podré ir a Hawái”, cantaba Ana Torroja con voz melancólica conformándose con un paraíso que ella se montaba en su piso. Pues chica, ni tan mal, porque después de haber paseado por sus calles, puedo prometer y prometo que Hawái está bastante sobrevalorado. O por lo menos Honolulu y mucho más Waikiki.

Recuerdo cuando tenía unos nueve años y pasaba las tardes de verano con mi hermana peleándonos por ver quién ganaba al maravilloso juego ‘Hotel’. En el mismo, uno de ellos recibía el nombre de Waikiki y yo no paraba de decirle a mi querida ‘sister’ que algún día mis pies pisarían dicho lugar. Ét voilá. Veintiséis años más tarde, una mochila sobre mis espaldas y un billete de ida y vuelta por 400 dólares para pasar cuatro días y tres noches, mi cuerpo aterrizó en Honolulu.

Mi amigo Mattia me recogió en el aeropuerto. Me monté en el coche como una niña con zapatos nuevos y bajé la ventanilla para dejarme sorprender por un paisaje que esperaba exótico y salvaje. La primera en la frente, queridos, porque ni una cosa ni la otra. El atasco para llegar a la zona de Waikiki era tal que me dio por decir en voz alta “como se parece esto a Los Ángeles (ciudad en la que resido actualmente)”.

Mattia me miró con cara de póquer. Claro, queridos, es que Hawái es Estados Unidos. Lo sé, culpa mía, pero es coger un vuelo y aterrizar en una isla y me creo que estoy en otro país. También me pasa cuando voy a Canarias o Baleares que no paro de repetir “pues en España…”. Lo sé, no tengo perdón de Dios (ni de nadie).

En la autopista, de cinco carriles, ya me di cuenta de que mi experiencia hawaiana no iba a ser del todo como yo me esperaba. En cada uno de los coches había alguien comiendo una hamburguesa o degustando un batido XL.

Odio esa manía que tienen los americanos de comer en el coche. Y sí, ya me he hecho a ello en LA, pero pensaba que en Hawái, al ser una isla, se tomarían las cosas con más calma. Va a ser que no. El tamaño de los coches también era gigante y las matriculas personalizadas brillaban por su falta de ingenio. Lo mismito que en California.

“Vale, bueno, es solo la carretera. Seguro que Waikiki es otra cosa”, me dije a mi misma valorando la idea de poner una hoja de reclamaciones en la oficina de Turismo. Aparcamos en un centro comercial cerca de la playa de Waikiki. Nada más salir de él, lo primero que pensé fue “estoy en Benidorm”.

Una calle repleta de turistas se abría paso hasta la playa. Eso sí, los comercios eran de todo menos glamurosos o exóticos. Tiendas de suvenires, cadenas de restaurantes de comida rápida, locales dedicados a los masajes y a la manicura y pedicura, hoteles cuyo diseño parecían sacados de ‘Corrupción en Miami’. ¡Pero qué invento es esto! (que diría Sara Montiel).

Quise pensar que era porque estábamos en la zona ‘guiri’, pero no. ‘Epic fail’, de nuevo. Cuando llegamos a la playa de Waikiki por poco y me echo a llorar. En serio, hay más superficie de playa en Gandía. Así os lo digo. Por no hablar de dónde están esos súper cuerpazos esculturales que se ven en las películas. A mi alrededor solo había anatomías que dejaban claro que no habíamos abandonado el paraíso de la comida rápida. ¡Madre mía! Yo que esperaba ver hawaianos fornidos tatuados de arriba abajo. Gracias Hollywood, un sueño más destruido.

Tras pasar unas horas allí, decidimos que era hora de cenar. Esa es otra. Al ser Estados Unidos, es todo tremendamente caro. No os hacéis una idea. Dos cervezas y una pizza para compartir nos salieron por 100 dólares sin contar la propina. De locos. ¿Prefieres ponerte hasta arriba de alcohol y coger un Uber a casa? Ok, pero solo te diré que un trayecto de 20 minutos a las 22 de la noche nos costó 51 dólares. Todo muy exótico.

“Esta es la isla más fea de todas. Tienes que ver las demás para hacerte una idea general”, me dijo la conductora del Uber que nos llevó hasta el volcán Diamond Head para hacer una ruta de ‘hiking’. Puede que llevase razón. Lo cierto es que las playas no estaban mal. Pero lo del agua cristalina y la arena blanca como que no lo vi por ningún lado. Ah, sí, en Google Imágenes. Ahí parecía todo de ensueño.

Quizá el verdadero problema de Honolulu, o el mío más bien, es que este momento de ver un McDonald’s casi a pie de playa en Waikiki como que no lo concibo. Pero claro, luego lo pienso y digo “pero si también hay cadenas de comida rápida en Tenerife, ¿por qué no en Hawái?”. Efectivamente, queridos. A Hawái no le pasa nada malo. Lo que está mal es Internet y el afán de la gente por hacerse el guay cuando va de viaje. Me explicaré mejor.

Últimamente estoy detectando una tendencia que es la de “bueno, es que es una maravilla. De verdad que tienes que ir porque te va a dejar sin respiración”. A ver, amigos, sin respiración te dejan el tabaco y la muerte, pero pocos sitios en el mundo tienen la capacidad de provocar esa reacción. Quizá soy yo que he perdido la capacidad para dejarme sorprender, que también puede ser, pero de verdad que la gente miente más que habla. De ahí que mis expectativas cuando llegué (alimentadas por el relato de una pareja de amigos que habían visitado Honolulu durante su luna de miel) se destruyesen en cuestión de segundos.

Así pues, la pregunta del millón sería, ¿recomiendo ir a Hawái? Pfff, paso palabra. Preguntadle a Alexa mejor o buscad opiniones en Google. Yo me bajo de esta vida tecnológica y social que no me da más que disgustos.

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