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Hablamos con personas no son creyentes pero que ponen a sus hijos en manos de la Iglesia

Madres y padres que no creen en Dios, pero que apuntan a sus hijos a colegios religiosos

Tienen un recuerdo negativo de la educación religiosa que les fue inculcada pero desde la posición de progenitores las cosas cambian. Hablamos con personas que no son creyentes y rechazan la religión personalmente pero que con la paternidad deciden esconder esas opiniones y poner a sus hijos en manos de la Iglesia. ¿Los motivos? La costumbre, la tradición, la inercia de complacer a la familia, la creencia de que esto elevará su nivel educativo o la preferencia de dejar la decisión en manos de los propios hijos.

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“Yo les doy a elegir desde siempre, ellos son libres de dar Religión en el colegio y de haber hecho la comunión. Si a ellos les gusta y les hace ilusión, que hagan lo que quieran”. Son palabras de Ana, madre de una niña y un niño de nueve y diez años que el pasado mayo celebraron juntos por voluntad propia bautismo y primera comunión. Ana tiene cuarenta y tres años, fue educada en el catolicismo, a lo largo de su adolescencia atravesó un periodo de rebelión durante el cual rechazó todo dogma religioso y años más tarde acabó casándose por lo civil.

A sus dos hijos les ha dado la oportunidad de elegir un camino propio, un camino que tanto ella como su marido confiesan considerar ligeramente nocivo, y los niños han preferido acogerse a la belleza de la tradición religiosa. Un punto clave de la situación parece ser que les dan a entender que todos los caminos resultan igual de positivos sólo porque ellos los hayan elegido, y mantienen sus opiniones personales alejadas de sus oídos.

¿Alguna vez les explica Ana lo que piensa realmente de la religión que le fue inculcada y que ellos están ahora recibiendo? “No, no quiero condicionar sus decisiones, que mi recuerdo no sea bueno o lo que yo piense de algunos aspectos de la Iglesia no tiene por qué afectar su opinión. Su opinión es sólo suya y que ellos se la vayan formando como quieran”, responde.

¿Cuáles cree que son los motivos por los que sus hijos se sintieron atraídos por los rituales católicos? “Es una experiencia que ellos han querido tener. Es verdad que hay buenos valores y vivencias bonitas que la Iglesia puede brindar, que no es todo malo. Fue un día especial para ellos, de protagonismo, celebración, regalos, espiritualidad, y supongo que como todos sus amigos lo iban a hacer también no se querían quedar sin eso. No lo veo negativo en conjunto. Si ellos se quieren apartar de eso en algún momento, tendrán igualmente todo mi apoyo.”

Este concepto de libre elección es un patrón que se repite entre los progenitores. Otro muy frecuente es la presunción de una educación superior por parte de las escuelas católicas, normalmente consideradas más estrictas en cuanto a comportamiento, nota media y una competitividad que se entiende saludable.

Pilar tiene cuarenta y siete años y un hijo de nueve que asiste a un clásico colegio de curas. Conseguir la plaza de su hijo no fue fácil y, cuando se la confirmaron, se sintió aliviada y feliz. Explica así la situación: “Yo no soy religiosa y en la juventud me aparté de todo eso, no quise hacer la confirmación. Cuando nació mi niño lo bautizamos, sí, para no amargar a la familia, porque para nuestros padres era muy importante y si lo piensas tampoco es para tanto, no vale la pena el disgusto. Cuando le tocó ir al cole lo que nos importaba era que fuese a un sitio donde recibiera una buena preparación, que le dieran buen nivel. Es uno de los colegios con mejor fama de la ciudad, como padres nos quedamos más tranquilos cuando fue admitido, claro”.

Sin embargo, el recuerdo que Pilar guarda de su educación en un colegio de monjas no es del todo positivo: “Había cosas buenas pero otras muy malas, monjas demasiado serias, con un carácter muy recto, que nos castigaban, que nos hacían sentir mal… También creo que los tiempos han cambiado, la verdad, ya no es como antes y yo veo a mi niño contento”.

Adriana, de cuarenta y seis años, tiene una hija de doce que lleva estudiando en un colegio de monjas desde preescolar. Cuando le preguntas si es creyente, se ríe porque la mera posibilidad le resulta remota: “No, claro que no. Pero su padre sí, y a los dos nos pareció lo mejor que entrara a estudiar con las monjas por un montón de motivos. El nivel educativo, los buenos modales, la disciplina, el hábito de estudio que les inculcan con vistas al futuro. Es el mejor colegio de nuestra zona, eso está claro”. La educación católica da a los progenitores sensación de seguridad, de garantizar un futuro de orden y continuidad a la hora de abordar los respetados estudios superiores.

¿Cree Adriana que su hija es una persona religiosa? “No lo creo, la verdad, cumple con lo que le dicen pero todo eso le resbala bastante”. ¿Y qué pensaba sobre la Iglesia Adriana a los veinte años, por ejemplo? “Me parecía algo totalmente irrelevante, nunca tuve en cuenta esa doctrina en mi vida, no creía en nada y sigo sin creer”.

Guillermo, de cuarenta y cinco años, y Mamen, de cuarenta y nueve, tampoco guardan buen recuerdo de su educación religiosa. Para Mamen el catolicismo “hace aguas por todos lados” y Guillermo, aunque reconoce que en momentos de ansiedad la espiritualidad aprendida durante la crianza le resulta útil, en general no tiene buena opinión del entramado eclesiástico.

Ello no evita que ambos se sientan conmovidos ante la estética litúrgica y hayan decidido educar a sus dos hijas y su hijo en el catolicismo: “La verdad es que me parece muy bonito y creo que en el colegio de curas les transmiten buenos valores morales en cuanto al respeto y la familia, por ejemplo”, expone Guillermo, “y en casa tratamos de explicarles otros aspectos de la vida para que se formen con más equilibrio”.

Mamen, que alberga ciertas dudas, reflexiona así: “Es muy difícil desde arriba saber si estás haciendo lo correcto. Hay cosas que encuentro bonitas, como la comunión, y creo que reciben mejor educación en el colegio al que van, que tienen más posibilidades a largo plazo, pero yo intento que no se tomen muy en serio lo que les cuentan los Padres, como lo relacionado con la culpa y el pecado. Me parece muy exagerado, antiguo, no lo comparto.”

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