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El maravilloso país del Preste Juan

Diostuitero nos cuenta la increíble historia detrás del mito medieval del Preste Juan y su reino cristiano perdido en el oriente y rodeado de paganos.

El Preste Juan como emperador de Etiopía

El Preste Juan como emperador de EtiopíaWikipedia / British Library

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Uno de los mitos medievales más populares en su tiempo fue el de El Reino del Preste Juan, un país cristiano repleto de maravillas, situado en oriente y rodeado de reinos paganos.

El mismo Marco Polo, que, además de gusto por el viaje, tenía bastante imaginación, aseguró haberlo visto, y no fueron pocos los que se embarcaron en expediciones de todo tipo para encontrarlo. Ya se sabe que la gente en el siglo XII se entretenía con cualquier cosa.

La leyenda dice que el Preste Juan era un presbítero descendiente de los Tres Reyes Magos que gobernaba un rico reino de fértiles tierras donde manaba leche y miel y abundaban las piedras preciosas.

"Sé de ríos de arena y peces de oro que rige el Preste Juan en las regiones ulteriores al Ganges y a la Aurora", escribió Jorge Luis Borges.

Al reino no le faltaba de nada: animales mitológicos, grifos, cíclopes, el ave fénix, monstruosas hormigas dedicadas a la extracción de oro, salamandras que se nutrían del fuego, piedras que alumbraban la noche y permitían la invisibilidad, plantas capaces de exorcizar los demonios del alma e incluso compuestos anticatarrales. Ni Harry Potter, oiga.

También danzaban por allí sátiros, arpías, hombres con cuernos, con cabeza de perro, caníbales, gigantes con un solo ojo y faunos.

No existían pobres, ni mentirosos, todos despreciaban los bienes materiales, desconocían la corrupción y el pecado y gozaban de una inmejorable salud física y mental. Es decir: no había políticos ni ataques de ansiedad.

Cuenta la leyenda que el reino poseía la fuente de la eterna juventud, y allí nadie tenía más de 32 años, porque con 33 ya se sabe que te crucifican, digo yo.

En el centro del reino se encontraba un fastuoso palacio, donde cada día se servía un banquete para 30.000 personas ( imaginaos fregar luego), y que contenía un espejo gigante a través del cual el Preste Juan podía ver lo que pasaba en cualquier parte de sus dominios, como si fuera el Gran Hermano de Orwell.

Era un reino tan ideal y tan perfecto que no existía, claro.

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