Flooxer Now» Noticias

MÁS DE 83 MILLONES DE TURISTAS A LA PARRILLA

Odio la playa (y te voy a contar por qué)

Con la llegada de las vacaciones, los ciudadanos emigran en masa a las costas, a exponerse a los muchos peligros que tiene la playa. La sociedad playocéntrica obliga a playear incluso a aquellos que no la disfrutan. Pero lo playa no siempre fue vista con tan buenos ojos.

-Chica saltando en la playa

Chica saltando en la playaAgencias

Publicidad

Mientras ustedes leen esto, millones de cuerpos se tienden en la cálida arena de las playas españolas. Este año desembarcarán en España 83 millones de turistas extranjeros, casi el doble de la población española, y eso sin contar con los turistas patrios que se acercan al mar para calmar su estrés, su ansiedad, su desesperación y el cansancio que produce todo un año de trabajo. Puede que ustedes mismos estén leyendo esto desde la playa: tengan cuidado de no enguarrar su dispositivo electrónico con la insidiosa arena y la crema solar. ¿Pero qué demonios hacen ustedes ahí?

El Universo es un lugar hostil. Si ustedes miran al firmamento nocturno verán inconcebibles vacíos donde la temperatura es de -270 grados centígrados o estrellas donde esta llega a algunos miles. Si les soltaran al azar ahí fuera acabarían congelados o achicharrados. Dentro del planeta Tierra, esta islita perdida en el mar cósmico, la cosa solo es un poco más halagüeña: el ser humano puede vivir en una estrecha franja de condiciones naturales, entre las brasas de los desiertos y el gélido frío de las más altas cordilleras o los casquetes polares. La playa es, también, uno de los lugares más inhóspitos, peligrosos y desagradables a los que uno puede asomarse.

Sin embargo, la mayoría se pasa el año contando los días para ir a la playa, donde puede quemar su piel y provocarse un melanoma, donde puede ser picado por una medusa o morir ahogado, o devorado por cualquier monstruo marino, como el Kraken o el Leviatán. Cuando yo era niño corría la leyenda urbana de que los toxicómanos enterraban sus jeringuillas en la arena para pegarnos enfermedades terribles (aunque tampoco he visto yo muchos heroinómanos en la playa). Ojo, los descuideros te pueden robar la mochila mientras te bañas, porque no se puede nadar y cuidar el iPad. Eso sí, la playa es el pilar de la economía española y si la gente no va a la playa, España no va a ninguna parte.

Además, tomar el sol no es precisamente la actividad más divertida del mundo, pero de pronto los cuerpos ciudadanos tirados a la parrilla parecen haberse convertido en inmóviles monjes zen en estado de comunión con el universo. Aparte del tinto de verano, el bocata y el best seller, nada más parece hacer falta para alcanzar la felicidad (la playa, de todas formas, cansa mucho aunque no hagas nada, porque deshidrata).

Este año, sépanlo, dicen las revistas de moda que estará de moda el bañador en plan Pamela Anderson en ‘Los vigilantes de la playa’. Por lo demás, y aparte del saludable aporte de vitamina D, el motivo de rendirse al sol es ponerse moreno y poder presumir de vacaciones ya de vuelta de las vacaciones, como si las propias vacaciones no fueran un fin en sí mismo y tuviesen que justificarse luego en la oficina, como un bucle infinito.

Yo me pregunto si, cuando lo robots realicen nuestros trabajos y vivamos mirándonos el ombligo y sacándonos los mocos (no caerá esa breva), nos mudaremos a la playa, como si la playa fuera el hábitat natural del ser humano, y viviremos ahí todo el rato, medio en bolas. Aunque la playa no siempre fue el boom que es ahora. En tiempos más racionales, al menos en este aspecto, la playa era vista de la forma que propongo. Por ejemplo, lo estiloso era tener la piel casi translúcida, que permitiera ver la sangre azul, mientras que eso del bronceado era cosa de jornaleros, una apariencia nada distinguida.

Los beneficios de la playa se empezaron a conocer a principios del XX y comenzaron a frecuentarla las clases más acomodadas, arrastrando al resto de la población. Los rudos y curtidos marineros que empezaron a ver a la delicada nobleza y burguesía acercarse a aquel ambiente hostil debieron pensar que estaban locos: aquellas orillas eran territorio de los contrabandistas, de los pescadores y de los cadáveres que las olas devolvían de los naufragios.

Leo por ahí que una de las primeras celebrities playeras fue Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, que empezó a frecuentar las arenas de Hendaya y Biarritz. Algunos años antes, el monarca británico Jorge III comenzó a bañarse en las playas de Weymouth para aliviar sus dolencias de espalda, convirtiendo esa actividad, de paso, en un evento social. Tampoco todo el mundo tenía por aquella época vacaciones pagadas (al conseguirse este derecho nació el turismo masivo y popular). Cuando Coco Chanel se puso morena sin querer, la cosa ya fue inevitable.

Lo peor de la sociedad playocéntrica en la que vivimos y que debemos derrumbar a cualquier precio, es que arrastra a sus disidentes sin darles otra oportunidad. Los playófobos queremos que se reconozcan nuestros derechos, como se reconocen los de otras minorías, pero, cada año, nos vemos arrastrados a la playa, por respeto a nuestros seres queridos, ahí, a freírnos y a morir.

Publicidad