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@DIOSTUITERO

San Amaro, el santo que viajó en el tiempo y en el espacio

El Santo con la historia más increíble que te puedas imaginar.

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La historia de San Amaro es una de las más increíbles que existen. Incluye viajes en el tiempo y en el espacio y aventuras dignas de la Odisea o la quinta temporada de Vikingos. De hecho, su epopeya está muy relacionada con las leyendas de los mitos paganos que narraban viajes a lugares maravillosos e inexplorados.

Cuenta la leyenda que Amaro era un abad y navegante de Asia con un sueño: conocer el Paraíso. En vida, claro, ya que no tenían intención de morirse.

El buen hombre le preguntaba a todo el que se hospedaba en su abadía cómo llegar hasta tan magnífico lugar, y nadie le daba respuesta. Al parecer, la gente normal no tenía por costumbre visitar el Paraíso.

Menos mal que al final, ante tanta insistencia, un día que no tenía nada que hacer Dios se le apareció y le dio la respuesta: debía construir una barca y navegar con ella siguiendo el curso del sol por el océano.

Sí, ya me diréis que como indicación para llegar al Paraíso tampoco es gran cosa, pero si tenéis en cuenta que tuve a Moisés caminando cuarenta años para una ruta que se hace en tres semanas, comprenderéis que no soy el mejor GPS del mundo.

Amaro navegó siete días y siete noches, que es un número muy bíblico, y llegó a un paraje llamado la Tierra Desierta, un lugar poblado por hombres muy toscos y horrendos y mujeres bellísimas, algo así como cualquier plató de La Sexta.

Después llegó a otro lugar llamado Fuente Clara, donde allí sí todo el mundo era bellísimo y vivía 300 años, algo así como Rivendel, pero dando menos asquito. Una anciana le conminó a que abandonase el lugar, para no acostumbrarse a la buena vida, y nuestro protagonista siguió su camino, atravesando un paraje lleno de monstruos llamado El Lago Cuajado, para llegar a continuación a La Isla Desierta, otro sitio plagadito de bestias que se aniquilaban entre sí, algo así como el Congreso de los Diputados, pero con más clase.

Siguió su travesía y llegó a un monasterio llamado de Valdeflores, donde un viejo monje le dio más indicaciones. Pasó por otro monasterio, éste femenino, llamado Flor de Dueñas, donde se encontró a otro santo llamado Baralides, que curiosamente vivía en el Paraíso y había salido a dar un garbeo, y tras pasar un tiempo juntos le dio las coordenadas exactas para arribar a su ansiado destino. Y Amaro llegó al Paraíso.

¿Cómo era? Pues lo primero que Amaro vio fue un castillo, que para eso esta historia se inventó en la Edad Media. Eso sí, era imponente, con almenas de oro y torres de rubí. Pero tenía portero. El portero le dijo que el Paraíso estaba dentro, pero que los seres humanos tenían prohibida la entrada. Lo cual me parece muy bien, porque si los seres humanos entrasen en el Paraíso, dejaría de serlo.

Amaro le pidió que por lo menos le dejase mirar por la cerradura, y el portero accedió. Y Amaro vio el Paraíso, que era lo típico: el árbol del que comieron Adán y Eva, jovencitos y jovencitas con vestidos blancos tocando música alrededor de la Virgen María, más árboles cuyas copas no podían verse y pajaritos con cantos que te enamoraban el alma. Un aburrimiento, vamos, no me extraña que Baralides de vez en cuando saliese a dar una vuelta; pero a Amaro le gustó, porque en la Edad Media tampoco había mucho más.

Una vez más, Amaro rogó al centinela que le permitiese entrar, pero éste no solo le volvió a negar la entrada, sino que le contó que mientras había estado buscando el Paraíso habían pasado 300 años.

Amaro regresó entonces al monasterio de Valdeflores, y cuál fue su sorpresa al descubrir que había una ciudad que llevaba su nombre. Tras contarles su historia, los lugareños le reconocieron, y le construyeron una casa, donde nuestro santo vivió unos años hasta que palmó. Y cuenta la leyenda que fue enterrado junto a Baralides, al que al final le salió cara su afición a salir del Paraíso, y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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