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EN UN PISO QUE ES UNA MAZMORRA

Tengo 22 años, soy dómina, y mi trabajo no solo consiste en escupir a mis clientes

A sus 19 años decidió de forma voluntaria dedicarse a un trabajo sexual. Lleva cuatro años ejerciendo de dómina y recibe a hombres en su estudio. No mantiene relaciones sexuales "clásicas", todo lo que hace es sado. Entre sus prácticas están las bofetadas y escupir en la cara…

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Su nombre artístico es Eréndira y ahora tiene 22 años. Me abre la puerta de su mazmorra, en Plaza de Castilla, y descubro de un primer vistazo que es real, que existe una dómina muy joven que accede a hablar conmigo y a grabar un reportaje sobre las razones que le llevaron a descartar un trabajo cualquiera de “subsistencia” y a convertirse en su propia jefa.

Eréndira llegó a Madrid hace cuatro años para estudiar una carrera universitaria y se enfrentó a la búsqueda de trabajo en la capital, así descubrió la precariedad y la imposibilidad de dedicar todo el tiempo que necesitaba al estudio.

Después de sopesar empleos “basura”, decidió hacerse autónoma y ejercer un trabajo sexual. Ella puso sus propias líneas rojas infranqueables, tuvo claro qué estaba dispuesta a hacer y qué no haría por mucho que le insistan. “Una de las cosas que he aprendido este tiempo es a saber decir que no, y a valorar mi tiempo”, explica.

Decidió que el BDSM le ofrecía la seguridad que necesitaba. Ser dómina es un trabajo sexual, pero es más psicológico que físico. Empezó con prácticas sencillas, como el fetichismo de pies y spanking (azotes).

“Lo común es aprender todo esto cuando una dómina experta te convierte en su aprendiz, y así empiezas, pero no fue mi caso, yo tuve que descubrir este mundo como cualquier otra cosa, la gente de mi edad no necesita más que Google…”.

Esto no es un “aquí te pillo y aquí te mato”, Eréndira pide a sus clientes que le hagan llegar un formulario desde su página web con sus gustos, ella se lo estudia y así puede hacer que la sesión no caiga en equívocos, porque no ofrece ni penetración ni ninguna otra acción sexual de la prostitución clásica, sino azotes, bofetadas, juegos de asfixia, dilatación anal, tortura de pezones…

A su edad, Eréndira es autosuficiente. Por un lado paga el alquiler del piso en el que vive y a la vez mantiene otro (pisazo) en plena Plaza Castilla, que ha ido acondicionando como mazmorra y con todo lujo de detalles: una jaula de petplay (para encerrar sumisos y tratarlos como a un perro), decenas de zapatos, fustas, arneses… Es autónoma y tributa por su trabajo, aunque lamenta no haber podido darse de alta en un epígrafe de “trabajo sexual”, porque no existe.

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