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Cuando la homosexualidad es una manera de resistir en la cárcel

¿Cómo es la vida de una mujer lesbiana en prisión?

Una de las dificultades con las que se encontró el equipo de realización de Cárceles Bolleras, de Cecilia Montagut, fue la poca información documentada y el escaso material disponible para producir el documental. La mayoría de las mujeres que habían estado en esa situación no querían hablar. Probablemente, por encontrarse frente a un estigma triple: ser mujer, haber estado en prisión y haber mantenido relaciones sexuales con otras mujeres.

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A Cecilia Montagut no le queda nada del acento argentino. Dice que cuando llegó a España, en los 90, se dijo a si misma que se adecuaría al idioma. Algo así como el refrán “a dónde fueres has lo que vieres”. Una manera de mimetizarse con un país que le brindaba la posibilidad de hacer cine de otra manera.

Con su último documental, Cárceles Bolleras, ha hecho un poco como con el lenguaje, una fusión sencilla entre realidad, testimonios y visibilidad del día a día en prisión. Porque muchas veces, para poner en conocimiento de una sociedad que prefiere la anestesia de un reallity shows, es necesario dosificar y acotar la información.

Los testimonios recogidos son de mujeres pobres, aclara Montagut, la gente que tiene dinero no entra en prisión. Solo entre el 7% y el 8% de la población reclusa son mujeres. Tener en una cárcel un módulo femenino puede ser conveniente. El comportamiento de los internos masculinos mejora si tienen un espacio para compartir con ellas.

La falta de libertad siendo mujer es aún más difícil. Existe el peso de la pena impuesta pero también el descubrimiento y la necesidad de adaptarse a un medio que busca feminizarlas como parte de la reeducación. Paradójicamente, algunas mujeres descubren estando presas una sexualidad no normativa que afuera no se permitirían. Mantener un vínculo con otra mujer o con una persona transexual puede ser una adaptación al medio y una forma de resistir.

Los chicos trans, eligen los módulos femeninos, sin embargo, no todas las chicas de esta condición están en celdas de mujeres, con los hombres pueden practicar la prostitución para sobrevivir económicamente.

Una de las dificultades con las que se encontró el equipo de realización fue la poca información documentada y el escaso aterial disponible para producir el documental. La mayoría de las mujeres que habían estado en esa situación no querían hablar. Probablemente, por encontrarse frente a un estigma triple: ser mujer, haber estado en prisión y haber mantenido relaciones sexuales con otras mujeres.

Un discriminación de género que trasciende los límites conocidos. Si esa mujer además es madre, todo va a peor. En la actualidad en España hay cerca de 55.000 hombres y poco más de 4.500 mujeres en prisión, en 1983 solo había en el país 400 reclusas. La modificación del año 2010 en el Código Penal, que reducía las penas máximas para las sentencias por estupefacientes, ayudó a que se redujera la cantidad de internas.

No es la primera vez que el cine se adentra en el mundo carcelario. Pablo Trapero, otro director argentino, hizo lo propio con Leonera. Una película ficcionada, donde la única actriz era la protagonista.

El resto de personajes lo interpretaban las presas del Penal de Ezeiza. Un permiso excepcional por parte de las instituciones carcelarias que le otorgó un valor extra a la cinta, pero también cambió el curso del guión.

Trapero partió con la premisa de mostrar una realidad que le parecía demasiado cruel, los módulos con niños que cumplían a la par la condena de sus madres.

En una rueda de prensa, los días previos al estreno, Trapero contó que empezó a grabar convencido de que ningún niño debería estar entre rejas, mucho menos los primeros años de su vida. Terminó Leonera pensando que ningún niño debería estar lejos de su madre, aunque la progenitora estuviera presa.

Las cárceles de Argentina no son como las de España, pero la situación que descubren muchas de las internas pareciera subestimar las fronteras. Una reclusa no necesita a otra, pero la elige. Decide compartir el tiempo sin libertad de una forma que de otra modo no se atrevería.

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