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TURISTAS EN LAVAPIÉS NO OS RECIBIMOS CON ALEGRÍA

Lavapiés se resiste a ser una sucursal de AirBnb (y le dice no al pelotazo inmobiliario)

La turistificación, la última vuelta de tuerca de los procesos de gentrificación, está afectando fuertemente al centro de Madrid y en especial al barrio de Lavapiés. El precio medio de alquiler ha subido un 15% en todo el distrito y los actuales habitantes están siendo sustituidos por pisos de AirBnB y turistas. La ciudad se vacía y se convierte en un parque temático.

-Lavapiés sufre la turisfificación del barrio

Lavapiés sufre la turisfificación del barriolefthandrotation.com

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Dicen que el sonido de las ruedas de las maletas trolley sobre el empedrado de los barrios del centro de Madrid es la banda sonora de la turistificación. En Lavapiés, donde sobrevivo, desde luego lo es. Bien de mañana, según se acerca el fin de semana, comienza a colarse ese inquietante sonido por el soleado balcón, los domingos los trolleys se alejan en procesión hacia estaciones y aeropuertos.

Una angelical y colorada familia de Stuttgart, arrastradora de varios trolleys, me preguntó el otro día por la calle Sombrerete, donde tenían su AirBnb. Los mediodías festivos, pandillas de postadolescentes turísticos con gorra y tatus entran en los grasabares castizos preguntando por "tapas españolas". Ya he visto por el barrio pintadas que rezan "tourists go home" o “hipsters fuera”, como las que al parecer se leen en esa ciudad que, antes del turismo salvaje y cafre, llamábamos Barcelona.

No culpemos al turista

No criminalicemos al inocente turista: solo quiere disfrutar de sus vacaciones en una ciudad llena de prodigios desconocidos, y, por lo demás, ¿quién no ha utilizado AirBnB? Pero esa no es la cuestión.

El problema de la turistificación, lo que podríamos considerar la última vuelta de tuerca de la gentrificación, no es causado por los particulares que alquilan sus pisos para conseguir un ingreso extra, sino por fondos de inversión internacionales o grandes promotoras inmobiliarias que tratan de utilizar una plataforma de eso que llamaban "sharing economy" (y que no es tan "sharing") para montar verdaderos hoteles informales, comprando edificios enteros para dedicarlos a pisos turísticos, echando a los anteriores inquilinos o elevando los precios del alquiler en la zona (cosa que expulsa, también, a los que llevamos aquí unos cuantos años de vida entre salvaje y apacible).

Lavapiés, el hotel de Madrid

El precio medio del alquiler en la ciudad ha subido un 15% en el último año, según datos del Banco de España. Lavapiés, en concreto, ya ha sido bautizado como “el hotel de Madrid”, porque aquí se concentran la mayor parte de los pisos de alquiler turístico, que han aumentado en dos años un 85% hasta llegar hasta los 1.314 euros.

Durante un tiempo, se consideró la queja sobre la gentrificación como una postura snob, cuando uno simplemente quiere seguir viviendo en el lugar que vive y que ese lugar sea habitable. Pero las cosas están avanzando de tal manera, y afectando a tantas personas, que la alarma social se va extendiendo y afectando cada vez a sectores más amplios.

AirBnB y otras plataformas similares se están utilizando de manera perversa (aunque aún legal) para vaciar la ciudad de vecinos y rellenarla de turistas y negocios plasticosos. En su faceta puramente estética, las calles se convierten en un parque temático de cartón piedra que olvida la vida de sus habitantes por un plato de lentejas traído de allende nuestras fronteras.

"Lo peor de todo es que acciones antigentrificación o artículos como los que tú escribes también son gentrificadores, porque dan señales a los especuladores", me dijo una vez un activista del barrio. Es decir, este mismo texto es una flecha sobre Lavapiés que dice: "aquí hay posibilidades de negocio".

Gentrificación, nombre de bruja mala

Comencé a observar y a escribir sobre la gentrificación hace ya unos cuantos años, cuando todavía había que explicar el significado de la palabra: la elitización de la ciudad y la expulsión de sus habitantes para ser sustituidos por clases más pudientes y, ahora, turistas. La gentrificación, no banalizemos, tiene menos que ver con barbudos hípsters y bares cuquis de zumos ecológicos, que con grandes operaciones económicas e inmobiliarias.

Hay quien la considera una nueva forma de la lucha de clases: en décadas anteriores los más pudientes huían del centro de las ciudades, en el que vivían en malas condiciones las clases populares (buena muestra es el documental ‘Souvenirs de Madrid’, del francés Jacques Duron, que muestra como era Madrid en los 90, destartalado, decadente y poblado por personas que hoy solo imaginaríamos en un pueblo de eso que Sergio del Molino llama 'La España vacía'), para refugiarse en urbanizaciones periféricas o barrios residenciales o de alto standing.

La degradación del centro incluía olvido institucional, delincuencia, prostitución callejera y drogas a la vista de cualquiera: así eran Chueca, Malasaña o Lavapiés. Pero los ricos decidieron regresar, en pos de la modernidad cool, y ahora los centros urbanos en las principales ciudades del mundo están en disputa.

El cupcake es un aviso

"Cuando vemos el primer cupcake el proceso de gentrificación ya está bien avanzado", me dijeron el arquitecto Álvaro Ardura y el sociólogo Daniel Sorando, autores del valioso libro 'First we take Manhattan. La destrucción creativa de las ciudades' (Catarata).

En él explican cómo para que un barrio se gentrifique primero tiene que ser abandonado por las autoridades y sufrir cierta degradación. Con esos precios bajos en el sector inmobiliario, los inversores pueden beneficiarse de lo que el geógrafo Neil Smith llama la "diferencia potencial de renta" (veáse 'La última frontera urbana', publicado por Traficantes de sueños). Es decir, la palanca que mueve el capitalismo especulador: comprar barato para vender caro.

De los atracos y peleas a las tiendas de bicis y cereales

Cuando llegué a Madrid, a principios de siglo, Lavapiés era un barrio en el que la gente no quería vivir, por cutre y por peligroso. Había quien accedía a tomarse una caña en sus terrazas, pero los visitantes eran avisados de que tenían que agarrar bien sus bolsos y objetos personales porque probablemente se los iban a birlar.

No estoy seguro de si el barrio era tan inseguro como lo pintaban, a mí nunca me ocurrió nada, sin embargo en el imaginario colectivo eran calles relacionadas con la delincuencia, que se asociaba con fuerza a las primeras oleadas de inmigración. Había peleas entre etnias, tirones, atracos a punta de navaja y los niños del pegamento de la plaza de Cabestreros campaban a sus anchas.

Como en todo proceso de gentrificación y turistificación hacer el barrio seguro fue fundamental, las cámaras de videovigilancia y la mayor presencia policial fueron importantes en esto, y hoy Bambi puede pasearse por la madrugada lavapiesera sin que le toquen un pelo. Ahora el barrio está de moda y florecen tiendas de bicicletas, puestos de sushi o las célebres tiendas de tazones de cereales de desayuno a precios exorbitados.

Hace unos meses se corrió por el barrio la voz de que en la plaza, en un solar antes público y después ocupado por colectivos del barrio, se iba a construir un hotel (probablemente low cost), lo que produjo indignación en ciertos sectores del barrio que formaron la iniciativa Stop Hotel.

En un evento de presentación de Tapapiés, la feria de la tapa del barrio, pregunté al concejal de centro Jorge García Castaño, de Ahora Madrid, qué iba a pasar con ese hotel. "El hotel es lo de menos", me dijo, "ahora el gran problema al que nos enfrentamos es la proliferación desmedida de pisos turísticos".

Inquilinos desprotegidos

El proceso de turistificación no es una entelequia ni una amenaza latente, es una realidad palpable. La vecina del centro B. N. (nombre ficticio para mantener su anonimato) cuenta que su contrato acaba en septiembre “y estoy segura de que el propietario me echará si se da cuenta de que podrá ganar el triple”.

¿Qué supone eso? “Que si la pintura del baño se cae a cachos después de cinco años, me callo. Que si tengo electrodomésticos de otro siglo que incumplen las leyes de emisiones, me callo. Antes lavar a mano que llamarla para decirle que la lavadora está estropeada”.

Otra amiga, escritora lavapiesera, me dice que le han subido el alquiler un 15%. “Teníamos buena relación con la casera, así que esto es como una puñalada trapera”, me cuenta, “según dice la casera, hace años ganó más con el piso y ahora quiere recuperarlo”. El sueldo de mi amiga no ha subido, y ahora se plantea irse a un lugar más periférico. “Habrá que ver si nos cunde pagar el transporte y pasar dos horas al día bajo tierra”.

"Nos hemos sentido como bichos"

El caso más flagrante tuvo lugar en la calle Fray Luis de León 18, que ni siquiera está en Lavapiés, sino muy cerca, en Palos de la Frontera. La promotora Urbania International compró todo el edificio y empezó a tratar de echar a los vecinos a base de burofax sin tener, en muchos casos, en cuenta el derecho a prórroga. La cosa salió en varios medios y yo visité a los afectados en sus propios domicilios.

“Nos hemos sentido como bichos”, me dijo Alberto Haj-Salej, “este es un barrio en el que hemos vivido durante muchos años, consumiendo en sus mercados y pequeños comercios, es parte de nuestra vida, nos sentimos enraizados, y ahora tratan de echarnos”.

Según cuenta, tras la presión mediática la empresa ha accedido a negociar. “La suerte es que en esta finca somos todos amigos, nos hemos unido y hemos conseguido hacer fuerza. En otros casos no es así”.

En su web, Urbania muestra la foto del edificio (y otros del centro de Madrid) y dice: “El barrio está experimentando actualmente una renovación importante y atrae a una población cada vez mayor de jóvenes y turistas extranjeros que buscan el mejor lugar para quedarse (…) Nuestra estrategia es crear un mayor número de apartamentos y un importante esfuerzo para modernizar las áreas comunes y los apartamentos. Los ingresos por alquiler se puede mejorar sustancialmente".

¿A favor o en contra?

La gentrificación a secas causaba controversia, pues hay quien la veía llena de ventajas. “Ahora este es un lugar donde la gente quiere estar, hemos normalizado (no elitizado) una zona donde antes los vecinos tenían que hacer caceroladas para protestar por el nivel de degradación. Ahora se ven niños por estas calles. Sinceramente, creemos que estamos haciendo algo bueno”, me dijo en 2013 Miguel Ángel Santa, uno de los promotores de la zona de Triball, en Malasaña, que produjo un polémico y notable cambio en la trasera de Gran Vía en torno a la calle Ballesta.

Hay que señalar que los críticos de la gentrificación no defienden los barrios degradados y olvidados, sino que piensan que hay formas de “revitalizar” un barrio de forma más acorde con la vida vecinal, sin dejar esa tarea en manos del puro consumo.

En 2014, un galerista de la lavapiesera calle Dr. Fourquet, convertida en un verdadero epicentro del arte madrileño, bajo la sombra del coloso Reina Sofía, me explicaba que no entendía la crítica a la gentrificación.

“El barrio, como tal, desapareció cuando los vecinos y parroquianos de siempre vendieron sus pisos y sus negocios y se fueron. Hicieron su buen dinero y no se preocuparon del impacto que provocaba el que su antigua vivienda familiar se convirtiera en un piso patera”, me dijo.

Sus problemas eran otros: “Esquivar las mierdas de perro, las meadas, los vómitos y las latas de cerveza del botellón de la noche anterior, intentar conseguir dormir mientras debajo de mi ventana están gritando a las cuatro de la madrugada o que los camellos de la esquina no vuelvan a pelearse una vez más”, dijo, “el hecho de que haya gente que sea capaz de poner en marcha algo en lo que creen para mí es un milagro y un regalo”.

El espejo de la supergentrificación de Barcelona

En aquellos tiempos, sin embargo, aún no había aparecido el fenómeno turistificador descontrolado: sobre esta nueva situación casi no hay discusión. Prácticamente, todo el mundo coincide en apreciar el riesgo, sobre todo conociendo precedentes como lo de El Raval, las Ramblas, el Borne o la Barceloneta.

La gentrificación, según me explicaron Sorando y Ardura, tiene otros riesgos, aún para las nuevas clases pudientes que llegan: que los precios sigan subiendo y ellos sean también expulsados por otros con rentas aún mayores. Es lo que llaman supergentrificación.

Quién le puede poner freno a la turistificación

Existe pues, la demanda popular de regular de alguna manera la turistificación. Cuando hablas con los políticos señalan que no es fácil. En el Ayuntamiento de Madrid, por ejemplo, dicen que poco pueden hacer, pues es competencia de la Comunidad de Madrid.

El director general de Turismo de la Comunidad me contó que haría falta distinguir entre los pisos de alquiler ocasional y los de carácter profesional y que es necesario un marco de acción estatal: hay varios ministerios implicados en esto de la regulación de los pisos, lo que complica todo.

El pasado mes de junio el Tribunal Superior de Justicia de Madrid tumbó su propuesta de que el límite mínimo en alquiler fuera de cinco días, para frenar las visitas de fin de semana. “Lo ideal sería actuar en colaboración con las propias plataformas de alquiler turístico”, dijo.

Pacto con AirBnB

Es lo que hace unos días ha propuesto el Ayuntamiento: pactar con AirBnB y otras plataformas una medida que ya se ha llevado a cabo en otras capitales como Ámsterdam o Berlín. Se trata de asegurarse de que el arrendador vive en la propia vivienda y pactar un tope de días máximo al año en los que un piso puede ser alquilado. Esta medida puede hacer que la inversión de los grandes fondos y promotores deje de ser atractiva.

No es lo mismo alquilar un piso 365 días al año que 60. En cambio, los particulares todavía podrían beneficiarse de alquilar ocasionalmente su vivienda. Está por ver si la cosa es posible y funciona. La propia plataforma AirBnB emitió un comunicado que dice: "Madrid necesita reglas claras que distingan a aquellas personas que comparten su propio hogar de los malos actores".

Seguramente, la industria de las maletas trolley, cuyos sonidos se cuelan por mi balcón cuando se acerca el fin de semana, sigue de cerca estos procesos.

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