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El raterío del propietario, qué calvario

Becaria escribe sobre las dificultades de alquilar piso y los problemas que pueden surgir con algunos propietarios.

Llaves de casa

Llaves de casaFoto de Maria Ziegler en Unsplash

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Alquilar un piso es la odisea del héroe en búsqueda de un inmueble digno que no suponga tener que vender un riñón en el mercado negro para poder satisfacer económicamente a su majestad el arrendador, propietario, dueño o casero. Para que nadie se sienta excluido, cabe mencionar que, a veces, también puede ser arrendadora, propietaria, dueña o casera.

Este viaje empieza en las inmobiliarias, los mercenarios cómplices que hacen de "poli bueno" frente a los propietarios con los que te tocará lidiar tras alquilar, si alquilas, y que probablemente serán las mayores ratas del lugar. Previo al tour de visitas de pisos que se ajusten a los requerimientos de calidad y precio, el agente inmobiliario te cachea emocionalmente en búsqueda de alguna característica que suponga un obstáculo para alquilarte algo y ya no merezca perder el tiempo enseñándote nada. Si no tienes nacionalidad española y trabajo demostrable, date por perdida. Muchos propietarios dan orden a las agencias de que no enseñen sus pisos a extranjeros; sus pisos de ladrillos españoles muy españoles, para los españoles. A veces, tener animales también puede tener sus inconvenientes, aunque sean más personas que ellos.

Si pasas el filtro del DNI español y económico demostrable, te toca a ti hacer casting de pisos y calibrar cuál es el precio de mercado de los que ya no son cochambre. Aun así, existe una especie de síndrome del propietario que pone a su zulo un precio por las nubes pensando que es el Buckingham Palace, cuando es una ruina heredada de los bisabuelos, después de pelearse con cuatro hermanos y siete primos, y que la solución era alquilar o repartir el piso entre once y tocar a mil doscientos euros cada uno. Los finados se rebozan en la tumba cada vez que llega la mensualidad a cuenta. Paredes de colores, suelos de terrazo, azulejos de oligofrénico franquista, bidets en el pasillo, la cama en la cocina y el ascensor, si tiene, tocando pared con la almohada. Todos estos lujos a los que suele dar difusión @elzulista de Twitter, son considerados dignos de alquilar como vivienda por las plataformas online de alquiler y las inmobiliarias.

Los propietarios ratas de pisos infames y pisos dignos, pero con un precio por encima de su valor de mercado, son como una raza aparte que habría que exterminar con pimienta roja en el café. Este matrimonio concertado comienza con el primer pago del alquiler, al que le debes sumar la fianza y el mismo importe para la inmobiliaria, porque por qué van a hacerse cargo ellos del servicio que les ha conseguido un inquilino. A lo que hay que sumar también la aportación de las últimas veinticinco nóminas, el aval de tu madre, y si por casualidad está divorciada y no tiene dónde caerse muerta, también el aval de tu padre, que sólo tiene un coche y otra choza heredada en la playa.

Una vez que los propietarios forman parte de tu vida y aparecen entre los últimos contactos de tu WhatApp, añadidos con diplomacia, te amargan la existencia no queriendo hacerse cargo de las ñapas ordinarias, o con un poco de suerte intentan arreglarte las averías por sí mismos para ahorrarse a un profesional, y con lo único que cumplen es subiéndote cada año la mensualidad en proporción a la subida del IPC.

Sus majestades los arrendadores son unos mezquinos con exceso de apego al dinero, unos ladronzuelos que harán todo lo que esté en su mano para no hacer nada cuando te pase algo y cargarte a ti con el muerto, que ellos ya han cargado bastante enterrando al antiguo dueño; un padre o un tío lejano, del que heredaron.

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