@BECARIA_

Datafobia, la conspiración de la vigilancia

Becaria escribe sobre la datafobia, el miedo de algunas personas a que les roben los datos, a los bancos y a usar tarjetas de crédito. "Yo odio que el banco y el Estado sepan dónde compro las lentejas", son algunos de los argumentos.

Tarjetas de crédito (archivo)

Tarjetas de crédito (archivo)Pixabay

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Pagar en efectivo es de tiesos; de anticuados; de defraudadores a Hacienda y de datáfobos, personas que dicen que no quieren que el banco ni las altas instituciones espíen sus movimientos. Sin ser precisamente en este orden ni en todas las combinaciones o ninguna, en la segunda década del siglo XXI aún hay personas con reticencias al dinero de plástico. Si bien debería haber un consenso nacional en que los bancos son unos jetas que nos han birlado 64.000 millones de euros en un rescate y luego no nos perdonan las tristes comisiones por extraer unos euros ni ayudan en los cajeros a sacar sus pensiones los viejos. Pero así es el mercado, amigo.

Con la obsesión por el espionaje de datos, cabe mencionar una pintada viral de hace años que recordarán las momias de más de treinta años que estén leyendo esto: "Si te sumba el oído, te escuchan con láser la NASA". Este mensaje de alerta apareció a finales de los 90 en una pared de Chiclana. Advertía la prensa de la época que, aunque probablemente fuese una paranoia particular, convenía estar alerta, por si acaso. Y así sigue siendo por quienes además de intentar pasar de refilón para los bancos, nunca aceptan las cookies de las webs y utilizan el "navegador de incógnito", creyéndose ardillas de la deep web invisibles para el sistema. Seguro que entrando así en Twitter o en el correo de Outlook para las gestiones obligatorias, Elon Musk y Bill Gates no se enteran.

Menos mal que la arroba se inventó hace más de medio siglo, poco antes de la aparición de las tarjetas de crédito tal y como hoy las conocemos, aunque todavía haya quien quiera ver todo esto como inventos modernos de Satán y el Nuevo Orden Mundial. Porque ni en el mayor autoconvencimiento anticapitalista es posible andar por la vida sin dinero de plástico, ni mucho menos, sin cuenta en el banco.

"Yo saco la paga cuando cobro y ya tiro el mes con eso"; "Yo no tengo tarjeta ni compro por Internet"; "Yo odio que el banco y el Estado sepan dónde compro las lentejas" son argumentos aislados que se oyen y leen de vez en cuando, que están bien si lo dices con un teléfono no inteligente en la mano, como un Nokia sin conexión a Internet, pero si vas soltando tus peroratas datafóbicas en redes sociales desde un sistema Android o Apple, el cantar cambia, porque no es coherente que hayas aceptado las condiciones de Windows, Google o del chino del teléfono para usar un móvil sin leerlas, y luego te dé reparo pagar con MasterCard.

Está en tu fantasía que, al algoritmo del BBVA, que luego querrá venderte préstamos, o al de Facebook, que también querrá colarte cursos de tanatopraxia porque haya detectado que estás un poco muerto por dentro, los imagines como un señor desnudo delante de una pantalla interesado en ti como persona individual de un pueblo de Zamora que compra chucherías en el videoclub y aguacates a granel el supermercado; el Big Data de lo mermado. Que no te preocupes, que no te espía ni el tato.

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