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Gente que lee mucho: "En lo que va de año, he leído más de 200 libros"

Becaria habla con lectores compulsivos de más de cien libros al año, que lean de verdad y no hagan trampa leyendo en diagonal o panfletos, para que me detallen sus hábitos, temas, rutinas y rituales.

Mujer leyendo

Mujer leyendoPhoto by Hatice Hüma Yardım on Unsplash

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Cuando se lee por placer y no por obligación o por cumplir de cara a la sociedad y parecer un cultureta de medio pelo, la lectura es una actividad que no entiende de excusas, que se disfruta y se saborea sin estar mirando cuántas páginas quedan para terminar el ejemplar en papel o digital.

Aunque antes de ahondar en esta pasión, debemos empezar por el principio y aclarar que para leer hay que usar los ojos o los dedos si se padece ceguera, y que "leer audiolibros" no se puede considerar lectura porque el sentido utilizado para su consumo es el auditivo. El audiolibro es para la oreja, y punto. Esta aclaración viene a colación de un aguililla que cita un artículo de El País sobre superlectores y devoradores de libros: "En el coche de camino al trabajo y de vuelta, me pongo audiolibros, también cuando cocino o hago tareas de la casa me pongo los cascos y escucho libros". Pero no tergiversemos los sentidos, por favor, que escuchar no es leer, ni viceversa.

Visto el percal, he querido hablar con lectores compulsivos de más de cien libros al año, que lean de verdad y no hagan trampa leyendo en diagonal o panfletos, para que me detallen sus hábitos, temas, rutinas y rituales, y que no cuenten milongas queriendo hacer creer que "escuchar un libro" es sinónimo de "leer un libro".

«En lo que va de año, he leído más de 200 libros»

Marina (48), una devoradora compulsiva desde su más tierna infancia en un ambiente familiar muy lector y con libros por todas las paredes, comenta: «En 2022 que empecé a hacer la lista de lecturas y llevaba una vida 'normal', ajetreada, trabajo, casa y niñas. Leí solamente unos 100. Pero en lo que va de año (2023), he leído más de 200 libros (acabo de contarlos)». Con estos números, cualquier puede pensar que las lecturas serán del nivel de "El Principito", libros infantiles tipo "¿Puedo oler tu pañal?", cualquier simpleza de autoayuda o un ensayo de Pilar Rahola, pero no. Cuenta Marina que compra muchas colecciones de libros de mujeres importantes en la historia, «y me gusta que mis hijas las lleven orgullosas al colegio y sepan quién fue Amelia Earhart o Josephine Cochrane (la inventora del lavavajillas) y no sólo Colón y Einstein. Siempre hombres. También leo libros escritos por mujeres, mujeres que tienen la vida rota, y también si me veo reflejada en la historia, por el carácter de la protagonista o porque el relato narrado coincide con mi vida, en ese momento o algún otro muy disparatado. Elena Ferrante, Amélie Nothomb, Ottessa Moshfegh, Agota Kristof me gustan mucho. Y Alice Munro. Almudena Grandes. Sara Mesa es una de mis favoritas desde que leí Cicatriz. Y por supuesto las clásicas, Charlotte Brontë y su Jane Eyre».

Que los hombres que escriben libros no se sientan excluidos ni ninguneados, aunque ya hayan palmado: «Hace unos meses me dije que era el momento de leer clásicos que no leía por pereza o falta de tiempo. Y leí a Homero, Virgilio, El Ulises de Joyce (que no vi por dónde pillarlo) y Los Miserables, que fue el único que disfruté leyendo. Los demás me recordaron a las lecturas obligadas de la época estudiantil».

Leer sin casi importar el lugar o momento es su religión: «Yo siempre estoy leyendo, me despierto y cojo el libro que tengo en la mesilla de noche y leo antes de desayunar. Me bebo un café y retomo la lectura. Si salimos me llevo un libro, por si se da el momento de poder leer. Y todas las noches sé que ha llegado la hora de dormir cuando las letras se ponen borrosas. Puedo leer con los auriculares puestos. Creo que el lugar más raro en el que he leído podría ser en una discoteca de gente mayor, siendo yo la camarera. No me daban mucho trabajo, ahí leí a escondidas "La Regenta", "El Quijote" y "La sonrisa etrusca" mientras bebía a sorbitos pequeños zumos de melocotón».

Haciendo hincapié en que ya es una señora de 48 años, comenta que, ahora, «con las tecnologías es mejor, porque puedo tener los libros en el eReader o en el móvil», toda una ventaja para no ir cargando siempre con el mamotreto en la mochila o bajo el brazo.

«A veces leo más de dos libros al día»

Lia Katselashvili (35) es otra lectora compulsiva que, al igual que Marina, supera las doscientas lecturas al año, en su caso en español, inglés y georgiano, su lengua materna: «No tengo una meta exacta de libros que debo leer, pero suelen ser más de 200 libros, porque muchas veces leo más de dos libros al día. Leo mucha poesía georgiana (de siglo XIX y principios de XX), sobre todo de las poetas georgianas que prácticamente han sido borradas de los libros de texto, así como mucha poesía contemporánea (me gusta descubrir nuevos autores), teatro tanto clásico como actual, filosofía y la novela gráfica». Lia le da a todo, y confiesa que es de esas personas incapaces de dejar un libro sin terminar, aunque termine siendo un truñaco. Entre sus indispensables están todas las obras de sus autores preferidos: Irene Nemirowsky, Roald Dahl, Gabriel García Márquez, Margarite Duras, Vaja Pshavela o Galaktion Tabidze.

El lugar y el momento no importan y a la vez son muy importantes: «Suelo leer en casi cualquier parte: en la peluquería, en el tranvía, en el bus, en la sala de espera de un centro médico e incluso hospitalizada, pero mi lugar preferido para leer siempre será el sofá, aunque en mi imaginación es un jardín bucólico a la sombra de un roble». Y es que, para leer tantos libros al año, tu capacidad de adaptación al medio tiene que estar por encima de la media.

«Leo una media de 100 libros eróticos al año»

Teo (42) es también un lector voraz, aunque algo menos que Marina y Lia, y se centra en una temática literaria concreta: la erótica, «aunque de pequeño leía de todo, desde atlas a libros de vulcanología, dinosaurios, OVNIs y todo lo que caía en mis manos». Ahora se define a sí mismo como "bibliófago erotómano" y confiesa que devora una media de 100 libros «libro arriba, libro abajo por año». Destaca que posee una famosa colección erótica, la Sonrisa Vertical, en su totalidad, 143 títulos: «la he ido comprando en librerías de viejo y segunda mano desde los 20 años, y entre Madrid y el pueblo viajo siempre con mis libros, es mi biblioteca erotómana ambulante».

Como buen lector de letras picantes, lee y relee clásicos: «Sade, Sacher Masoch, Pietro Aretino, Nabokov, Henry Miller, Camilo José Cela, Almudena Grandes y todos los autores consagrados a la literatura lujuriosa han caído en mis manos. Los 120 días de Sodoma, los trópicos de Miller, los sonetos lujuriosos, Historia de O, la Justine, la Juliette, La Venus de las pieles, La insólita y gloriosa hazaña del Cipote de Archidona, Las Edades de Lulú, Kurt, Memorias de una cantante alemana, En brazos de la mujer madura, Lolita, Ligeros libertinajes sabáticos, Fanny Hill, Cruel Zelanda son algunas de mis lecturas de cabecera».

En cuanto a sus hábitos de lectura, me cuenta que por cuestiones laborales en su puesto en el sector ferroviario, «en Madrid leo al salir de los turnos, en el metro, cuando me siento en una terraza a degustar un café y antes de acostarme. En el pueblo me dedico a cuidar la casa y el terreno, y a leer reposado. Leo incansablemente en estas escapadas, hasta 8 horas diarias cuando desconecto del mundanal ruido». Un lector digno de personaje de la España carpetovetónica de don Camilo.

La lectura voraz y una vida social escasa, casan

Llegados a este punto, lo primero que piensa cualquier persona de hábitos lectores relajados es que para leer tanto hay que extirparse otras ocupaciones o facetas importantes como la vida social. Marina reconoce que tiene una vida social escasa, se autodefine como "lectora búho" y lleva tres meses sin trabajar: «Últimamente no veo ni películas, pero va a temporadas».

Lia también confirma que actualmente tampoco goza de una gran actividad social: «la verdad que ahora mismo no tengo una vida social activa, porque al tener un bebé de un año y cuatro meses, todo gira alrededor de sus intereses. Con lo que sí compagino la lectura es con el bordado y la pintura». Y Teo, que se considera un tanto misántropo, cuenta que su vida social es casi nula: «apenas tengo amigos y no hago gran cosa, más allá de ir a actos culturales puntuales cuando me coincide pasar más tiempo en la ciudad».

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