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DE UBER A ABDUCCIONES EXTRATERRESTRES HASTA MENCIONES A LA MADRE DE PABLO IGLESIAS

Pasé la noche en un bar de taxistas (y esto es lo que me contaron)

En la canción Joe le taxi, una Vanesa Paradis niña cantaba en francés las noches de un taxista de París. Soda, ron, rumba, puentes del Sena y unos saxos melancólicos desgarrando la noche. Nada que ver con estos carajillos, montaditos de lomoqueso y jurar a la madre de Pablo Iglesias. "Ese tío con esa coleta me va a venir a mí a decir lo que tengo que hacer. Yo de un político con ese pelo no me creo nada. Hasta su madre tiene que estar disgustada con ese pelo", me dice un taxista del bar que visito.

-Un taxi circula por la noche de Madrid

Un taxi circula por la noche de MadridGetty Images

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Nada que ver con ese señor con manchas de sudor en la camisa que entra por la puerta y maldice en voz alta a "un tío que me ha dicho que lo dejase en la puerta del edificio, que ahora me bajaba el dinero, y ahí he estado esperando casi dos horas, llamando a todos los telefonillos, y nada. Así se reviente la cara contra la pared, mecagüen su puta vida".

El que lo dice es un taxista de unos 60 años, orondo, con la respiración entrecortada y una riñonera del Atleti colgando del hombro. A su alrededor, muchos otros taxistas descansan, acodados en la barra, sentados en las mesas, tomando carajillos y licor de hierbas sin pudor alguno. Es ya la una de la mañana de un viernes, y muchos de los ellos se quejan, mientras empinan el codo alegremente, de la cantidad de niños borrachos que han llevado ya a casa.

Cansancio que se sufre en silencio

"Uno debía llevar de fiesta desde el día anterior, porque todo eso que me vomitó en el suelo de atrás no le había dado tiempo a bebérselo en tan poca noche que llevamos", dice uno, malhumorado. El ambiente general que reina en el bar, lugar de espera y paso de taxistas y policías, es de cansancio que se sufre en silencio, de un mal humor y una desgana tan enquistados que ya resultan la forma natural de comportarse. Algunos bromean y ríen a ratos, pero son los menos.

"Nos vemos las caras desde hace ni sé. A todos estos los conozco mucho, me sé todas sus batallitas. Yo llevo treinta años de profesión y este no es el mejor momento. Tenemos a las cucarachas que se nos han subido a la chepa", me cuenta Emilio, el único que me hace un poco de caso entre los que vegetan en la barra.

Tardo un rato en darme cuenta de que lo que él llama 'cucarachas' son los servicios de Uber y Cabify que han irrumpido en las ciudades en los últimos tiempos. El pasado marzo hubo huelga de taxistas, en la que los sindicatos protestaban por la liberalización del sector, reclamando a las administraciones públicas que frenaran las licencias a vehículos.

Cucarachas Uber

Llaman de todo a los Uber, desde 'cucarachas' a 'bicharracos, pasando por 'ratas de mierda'. Se entrevé en algunos comentarios un odio directo a Manuela Carmena. "No nos escucha. Esto es competencia desleal, está claro, pero para el turismo conviene. Para parar todos los servicios ilegales de cucarachas en el aeropuerto y por la zona de los hoteles hay que poner policía que controle, y ella no la pone", se queja un taxista bastante joven que se ha mantenido callado hasta el momento, bebiendo su café.

Uno que merodea en la puerta, haciendo tiempo y fumando, se encrespa de golpe: "Yo te juro que como pille a alguno de esos haciendo de las suyas, le reviento la cara. Lo pongo del revés". Sigue fumando con furia. Hay un murmullo generalizado de violencia, de masculinidad española. Todos están de acuerdo, pero pareciera que flota en el ambiente un afán por armar bronca. Me recuerda a esa escena, tan hispano-italiana, de dos hombres pegándose por pagar en un restorán: los dos quieren hacer el bien, y, discutiendo por hacerlo, llegan al mal.

Hacerse rico y dejar el taxi

Cuando se distiende el ambiente, entra una señora a vender papeletas de una rifa. Algunos compran y, con las bromas del hacerse rico y dejar el taxi, suenan algunas bromas y algunas risas. Como si ya hubiesen soltado todo lo malo, algunos comienzan a responder a mis preguntas, yéndose por las ramas y cayendo en batallitas del pasado, partos en el taxi, viajes cruzando España con un chaval gritando que huía de un matrimonio concertado que no deseaba, e incluso episodios paranormales.

Abducciones extraterrestres

Emilio, el que me dio conversación desde el principio, es el que dirige la conversación en este último tema, indicando a cada uno qué debe contarme. Tiene registradas en su cerebro sus propias batallas y las de los demás. Se hablan de primas hermanas de chicas de la curva, de algo así como abducciones extraterrestres en viajes nocturnos hacia Ávila, de un compañero que perdieron en un accidente y que una vez uno estuvo seguro de ver por el espejo retrovisor.

"Estaba allí, sentado en el asiento de atrás, tan tranquilo, como diciéndome que todo estaba bien. Pensé que me estaba como avisando de algo. Y al rato se me cruzó un ciervo, que no sé ni cómo lo esquivé. Yo creo que fue gracias a Andrés", dice con la voz grave de los momentos importantes. Algunos se chotean, piden otro café, se marchan a hacer el siguiente servicio.

Emilio también debe irse. Antes de partir, me besa la mano ceremoniosamente como si fuese un lord encantado de haberme conocido. Intento calcular cuántas cañas le he visto tomar, y no bajan de cinco. Antes de salir por la puerta, se gira y le dice al camarero: "Póngale un mixto con huevo a la señorita periodista. Luego lo pago yo".

Un taxista más joven sale al mismo tiempo que él. Cada uno se encamina a su taxi. Antes de subirse al suyo, el joven le grita a Emilio: "Que no te pisen muchas cucarachas".

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