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Turismofobia: la demonización del turista rata, inadaptado y molesto

Becaria habla sobre la vida en las ciudades de costa que en verano se llenan de turistas. "El turismo no será malo, todo el mundo somos turistas en alguna parte, pero también es sinónimo de ser granos en el culo para quienes viven en los lugares de destino", explica Becaria.

Playa del Postiguet en Alicante

Playa del Postiguet en AlicanteFoto de Julian Dik en Unsplash

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Cuando el calor llega, la turismofobia aprieta. Y en algunas circunstancias, no es para menos. No es lo mismo vivir en Mansilla de las Mulas, una aldea de la provincia de León, que en un pueblo o pequeña ciudad con costa, donde durante el año solo corre el aire, y en primavera y verano está apestado de foráneos.

El turismo no será malo, todo el mundo somos turistas en alguna parte, pero también es sinónimo de ser granos en el culo para quienes viven en los lugares de destino. El turista ocupa plazas de parking, contamina, hace ruido y a veces huele mal y molesta, y afecta a nuestro medioambiente cuando mea en las playas o en las piscinas y deja sus basuras arrinconadas en la arena o entre los matorrales. El grano más gordo es cuando la horda turística afecta a la especulación de los pisos de alquiler, subiendo precios y echando del centro a la periferia a los autóctonos. A los amantes del balconing les gusta esto, que, por cierto, en 2023 solo consta una muerte en marzo, parece que los paliduchos con calcetines y chanclas van aprendiendo.

El turista guiri suele dejar en el destino más dinero que el turista nacional, pero es un tipo de turismo del primer mundo inadaptado que también nos deja en el ambiente una mala energía, como dirían los magufos, porque entran en los bares buscando que les pongan de cenar a las siete de la tarde, la hora de rumiar según su reloj biológico, y no encuentran local hostelero donde no se rían de ellos y los echen al McDonalds a satisfacer sus instintos básicos. “What are you telling me, bitch?”, lloriquean algunos.

El turismo nacional no mejora mucho la fiesta; es rata y glotón, dependiendo del pie con el que se levante, y en ambas circunstancias molesta. Si come y bebe como un porcino, porque come y bebe y no deja a nadie descansar saliendo fuera de horario de los restaurantes, gritando, con los alerones sudados y oliendo a tigre. Y si es rata, porque no quiere gastar dinero e intenta minimizar el estipendio pidiendo dos menús del día y refrescos para compartir entre diez, que vienen a tocar a una miga. Si van con niños, las combinaciones pueden ser de lo más estrambóticas para tragar barato con agua del grifo, y aprovechan para llevarse unos azucarillos por si Lorenzo aprieta y les da el bajón haciendo una ruta de montaña sin gorra y en babuchas o con zapatos de tacón. "Rescatan en helicóptero a un turista madrileño con el tobillo torcido en los Picos de Europa" viene siendo lo típico.

En cuanto al raterismo, se corona el turismo estudiantil y avaro en general que tira de pisos por Airbnb y se alimenta a base de bocadillos elaborados con pan congelado y tranchetes de queso y pechuga de pavo. Basta con darse una vuelta por los supermercados de las zonas más turísticas y echar un ojo a la cesta de la compra de nuestros visitantes, que van con las monedas contadas en la palma de la mano. Y, entre tanto, ya solo nos queda soportar este averno con la mejor cara posible, un placer económico para unos, y una diarrea vital para el resto.

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