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Hablamos con gente, chicos y chicas, que han fingido orgasmos a lo largo de sus vidas

Presión, alivio, culpabilidad, insatisfacción: así es fingir un orgasmo

Hablamos con gente, chicos y chicas, que han fingido orgasmos a lo largo de sus vidas. Se trata de un recurso mucho más habitual de lo que parece, normalmente usado para poner fin a situaciones indeseadas. ¿Qué motivos les han llevado a fingir, cuáles son sus trucos para hacerlo realista, qué consecuencias puede acarrear? Pese a las ventajas a corto plazo, los inconvenientes pueden derivar en problemas crónicos.

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Bien sabido es que las mujeres heterosexuales fingen placer más a menudo, casi siempre porque no les queda otra: o la situación se ha vuelto tensa y tratan de ponerle fin así o sus amantes manifiestan tan poca destreza y tanto desinterés por satisfacerlas que se aburren y quieren que acabe cuanto antes.

“Recuerdo muy malas parejas sexuales, sobre todo al principio de la veintena”, cuenta Raquel H., que hoy tiene treinta y cinco años, “iban a lo suyo pero por otro lado querían que te corrieras como por arte de magia con las técnicas más mecánicas y bruscas. No aceptaban consejos. Algunos de aquellos chicos me gustaban aunque las experiencias sexuales fueran bastante torpes, así que les engañé un montón de veces. No me preocupaba demasiado el tema, el orgasmo no era mi prioridad. Luego, cuando me quedaba sola, me masturbaba si me había quedado con ganas. Con el tiempo sí me empecé a volver más exigente, también por una cuestión de principios. Ahora no me lo planteo, me parece una idea pésima. Pero con la edad es verdad que se van poniendo las pilas, y tú vas aprendiendo también a dar instrucciones de forma positiva.”

Para Carolina, de treinta y dos, el despertar sexual resultó tan intenso como experiencia personal como insatisfactorio a nivel de contacto con otros seres humanos: “Antes de empezar a tener relaciones con chicos me masturbaba bastante y esperaba grandes fuegos artificiales de que me tocara otra persona, de follar. Fue muy, muy decepcionante a nivel de placer. Disfrutaba mil veces más masturbándome sola. Correrse era una utopía, pero notaba que a ellos les hacía ilusión y empecé a fingir.”

El proceso de este fingimiento fue largo, premeditado y estuvo provocado por una fuerte presión: “Mi primer novio estaba obsesionado con provocarme orgasmos pero era muy torpe y encima no estaba nada predispuesto a aprender. Sencillamente quería que yo me corriera con sus dedos machacándome, no aceptaba otra cosa. Si le daba otras pautas se ponía como triste porque no era lo que esperaba de una chica, supongo. Me agobiaba la situación, me sentía defectuosa, decepcionante a mi vez, acomplejada.”

Abandonar a esta primera pareja no solucionó el problema: “Cuando le dejé no quería volver a pasar por ese agobio, pero resultó que con el siguiente chico con el que me acosté pasaba más o menos lo mismo, y tomé la decisión rápida de quitarme de encima el percance haciendo como que me corría. Aquella primera vez me puse nerviosa por si se me había notado falsa, pero vi que era fácil y que a ellos les contentaba, uno detrás de otro, así que lo repetí cientos de veces con diferentes parejas, chicos y chicas. Una chica me hizo muchísimo daño con las uñas un día y yo haciendo como que me corría para que me dejara ya. Qué despropósito.”

¿Consiguió Carolina depurar sus actuaciones con la práctica? “Y tanto que conseguí depurar mi técnica como actriz, llegó un punto en que era extremadamente raro que alguno de mis orgasmos con compañía fuera real, así que la gracia estaba en lo bonito del contacto físico y en la teatralidad de mi actuación. Me divertía elegir el momento en el que correrme, fingir varios orgasmos seguidos, controlar perfectamente las contracciones musculares para que resultara de lo más creíble, no exagerar tampoco demasiado, mantener cierto equilibrio… Me sentía dueña de la situación así. Hacía tiempo que no pensaba en esto, ahora me resulta extrañísimo enfocar así la sexualidad.”

Aunque las mujeres se vean con mayor frecuencia en este tipo de tesituras, lo cierto es que a cualquiera le puede pasar. Darío, de veintinueve, que ha fingido varios orgasmos a lo largo de su trayectoria sexual, tiene una visión muy peculiar de la cuestión: “Empatizo totalmente con las historias de chicas que quieren que la relación termine e irse. A veces he estado con mujeres que me han resultado muy ajenas o agresivas mientras follábamos y no sabía dónde meterme porque no me sentía con confianza para decir que prefería parar. Me sentía presionado, sí. En esos momentos, siempre penetrando con condón, notaba que perdía la erección y que tenía que darme prisa en fingir si pretendía resultar verosímil. Fingir con condón ha sido mi mejor recurso porque luego los haces desaparecer rápidamente y aquí no ha pasado nada, nunca se han parado a comprobar si estaba lleno o vacío. Fingiendo me he sentido bastante estúpido, pero también aliviado.”

Las limitaciones a la hora de fingir a Darío le resultan una especie de desventaja porque él se ha visto siempre limitado a ese espacio del coito con preservativo: “Soy bastante sensible y no me vale de cualquier manera. Ojalá hubiera podido hacer como que me corría mientras me hacían pajas terribles, por ejemplo. Esos momentos se me han hecho a veces muy embarazosos. Entiendo el agobio de querer complacer porque si no funciona ni a la de tres la otra persona se siente frustrada y todo se vuelve extraño. Me he llegado a ir a casa con una sensación de culpabilidad muy pesada, pensando que esas chicas se quedaban con malas opiniones de mí, no sé.”

Fran G., de cuarenta y uno, alberga sensaciones similares. Aunque es consciente de que ese camino rápido es una salida corta y barata, ha llegado a envidiar el tenerla tan a mano: “¿Poder hacer como que te corres mientras te tocan o te chupan? A veces lo he envidiado a tope, hay mucha presión sobre la erección y el semen. Más de una vez me he arrepentido de irme con alguien, no veía el momento de que acabara y sentía que no me iban a dejar tranquilo hasta que me corriera aunque me costara la vida. He pasado momentos de verdadero asco, haciendo de tripas corazón por cumplir.”

Pero, como apuntaba Darío, la cosa no es tan fácil y se puede complicar bastante. Carolina estuvo un total de cinco años fingiendo orgasmo tras orgasmo con una vida sexual muy activa. Pero con el tiempo, el truco que le había resultado liberador se volvió contra ella: “Los primeros años me emocionaba tanto compartir el sexo en todas sus dimensiones que no me preocupaba algo tan concreto como correrme o no, de hecho era un alivio follar sin esa presión. Pero llegó un momento en que empezó a resultarme triste. Me sentí atrapada por mi propio recurso. Nadie sabía darme placer de verdad y si ocurría era casual, había abandonado por completo ese aspecto. Cuando quise remediarlo estaba muy viciada y me daba hasta vergüenza correrme delante de alguien. Aparte de que tuve que descartar un montón de parejas porque no podía decirles que todo lo que antes me valía ya no. No quería que se enteraran de que les había mentido. Se me hizo una bola horrible.”

Esta bola se puede hacer muy difícil de manejar y, aunque hace años que Carolina decidió ponerle remedio, aún no ha conseguido deshacer el lío: “Para mí esto se ha vuelto un problema crónico, no encuentro el equilibrio. Hace ocho años que no finjo ni una sola vez, se ha convertido en algo muy importante para mí, y me doy cuenta de que entonces no era consciente de cómo estaba jugando con mi sexualidad. Añoro la libertad con que me lo tomaba entonces pero se llegó a volver muy, muy deprimente. Incluso tuve tres parejas largas que no sabían mi secreto, cometía el mismo error una y otra vez al empezar las relaciones, y al final sentía que no me conocían de nada. Es tentador siempre al principio pero tengo grabado a fuego que no compensa. De hecho ahora lo explico como algo muy serio para mí.”

Del caso de Carolina, la entrevistada más afectada, se puede aprender una lección clara y sencilla. Ella misma nos la explica: “Mira, por fingir un día con alguien no pasa nada, puede ser divertido y hasta tener sus ventajas, pero por sistema ni de coña. Eso es renunciar a demasiado. Piénsalo, no correrte casi nunca de verdad con nadie durante años, sólo masturbándote en soledad. Aunque sea más trabajoso, lo saludable es hablar, decir lo que te gusta, comunicar tus sensaciones reales. Lo otro es un callejón.”

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