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LOS SUPERMEN DE LA DOCENCIA

Te voy a hablar de los dos profesores que marcaron mi vida

Este artículo no va sobre el fracaso escolar en España, sobre si los alumnos tienen o no más poder que los maestros, o sobre cuál es el mejor sistema educativo del mundo. No, este artículo va sobre esos profesores que todos tenéis en el recuerdo.

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Uno de ellos fue, y es, Juan Gómez, o mejor dicho, 'Don Juan Gómez'. Yo tenía 12 años y estaba cursando séptimo de EGB en el Colegio Público Parque Sur de Albacete. Don Juan no era precisamente el típico profesor guay y enrollado. Era un tipo frío, seco, altivo, pedante, anticuado y un largo etcétera.

Muchos de mis compañeros lo odiaban y lo tildaban de clasista y elitista, y no les faltaba razón. Todos aquellos alumnos que no podían o no querían seguirle el ritmo eran sutilmente apartados, olvidados o rechazados. Y para rematar, encima daba clases de 'lengua y literatura'.

¿Por qué digo lo de, “y para rematar”?, pues porque para él, el lenguaje y la literatura eran tan importantes como para un jeque el petróleo. Recuerdo verle esbozar pequeñas sonrisas cuando alguien (estamos hablando de niños) se expresaba mal o cometía errores ortográficos. Por si esto no fuera suficiente, además era un tipo metódico, obsesivo e incluso dictatorial.

No paraba de acribillarnos con exámenes sorpresa: fichas literarias, sintaxis, redacción, en donde por cierto, tuve la suerte de convertirme en uno de sus favoritos. Las protocolarias redacciones fueron mis primeros relatos. A él le gustaban mucho y cada vez me exigía más y más, y yo no hacía sino intentar superarme y vacilarle en cada texto. Quería demostrarle que yo era su pequeño 'Edgar Allan Poe'. Una auto superación obsesiva que se apoderó de mí como una metástasis.

Don Juan era una especie de versión siniestra del simpático y excéntrico Sr. Keating de 'El club de los poetas muertos'. Aun con todo, consiguió que varios de sus alumnos y alumnas ganaran todo tipo de concursos nacionales de escritura. Yo nunca gané ninguno. Lo recuerdo siempre repeinado, serio, con la mirada punzante, y vestido con camisas y trajes vintage que hubieran sido la 'pesadilla moiré' de cualquier cámara de TV. A esto hay que sumarle su 'anglofobia', de la que alardeaba sin complejos.

Un contradictorio currículum y un misterioso y fascinante profesor que consiguió que viera el lenguaje y la lectura como un imprescindible instrumento vital. Me inoculó las ganas de escribir por encima de todas las cosas y gracias a él empecé a escribir de manera compulsiva, y gracias a ello es probable que exista todo lo que he escrito en mi vida, incluido este artículo.

Y hablando de profesores misteriosos y fascinantes, ahora toca hablar de Ramón. Esta vez sin el 'Don', ya que se trata de mi profesor de 'Historia del Arte' de 2º de Bachillerato y ya éramos todos demasiado 'teenagers' como para llamarle 'Don'.

Era un tipo alto, corpulento. De espalda y manos enormes. Era, y es, un tipo grande en general. Su voz potente y grave retumbaba en las paredes del Instituto. En muchos aspectos, era lo opuesto a Don Juan. Era un tipo empático y agradable. Siempre tenía un minuto y una sonrisa. Recuerdo que vestía regular. Su ropa era algo así como el low cost del 'normcore'. Sus bruscos movimientos corporales se combinaban con sus rotundos argumentos en un enigmático e hipnótico estilo de dar clase que era pura magia.

No sé cómo lo hizo pero consiguió que supiéramos todo lo que sucedió, artísticamente hablando, entre la prehistoria y las vanguardias del siglo XX. Y no estoy hablando precisamente de delgados tacos de folios, al revés. Y lo más alucinante de todo es que prácticamente nadie suspendía, al revés, la media era altísima. Y no sólo nos enseñó Historia del Arte sino a comprender y emocionarse con el arte.

Todas, y cuando digo todas, mis compañeras, estaban perdidamente enamoradas de ese profesor en cuyas clases no había ni una sola silla vacía. Hacer pellas en Arte era poco menos que un sacrilegio. Y lo más sorprendente de todo es que no despertaba la 'testosterónica' envidia de sus alumnos. Nos tenía hechizados como el líder de una secta.

Y por si esto no fuera suficiente, recuerdo que hicimos un viaje pero no el destino, lo que sí recuerdo perfectamente son nuestras caras de asombro absoluto al descubrir que, aparte de ser el mejor profesor del IES Albasit, era también una imparable metralleta de contar chistes.

Y no estoy hablando de un 'nivel Cuñado', no, estoy hablando de que Ramón podría haber sido un más que digno sucesor de Eugenio. ¿Qué más se le puede pedir a un profesor?

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