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¿UN FUTURO POSCAPITALISTA Y DE POSTRABAJO GRACIAS A LOS ROBOTS?

¿Qué harías tú en un mundo sin trabajo?

Nunca fue tan posible como ahora, gracias a la tecnología, un mundo sin la necesidad de trabajar. Que trabajen las máquinas. Sin embargo, en una economía capitalista lo más probable es que, en vez de bienestar para todos, los robots repartan riqueza para los capitalistas y desempleo para los demás. Ya hay teóricos pensando en cómo montar una sociedad poscapitalista en la que nadie trabaje y todo el mundo pueda vivir decentemente. Pero, llegado ese punto, ¿a qué dedicaríamos nuestro tiempo?

-Robots en una fábrica

Robots en una fábricaReuters

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La gran promesa de la tecnología era ponerse a trabajar mientras nosotros, los humanos, disfrutábamos de una vida plena y placentera sin tareas obligatorias, sin madrugones, sin curros penosos, sin salarios bajos, sin precariedad; es decir, sin trabajo.

Ganarse el pan con el sudor de la frente fue el castigo que Dios le puso Adán cuando le expulsó del jardín del Edén y hasta la propia palabra 'trabajo' viene de un instrumento de tortura, el tripallium. Un mundo sin trabajo sería, pues, algo así como un paraíso en la Tierra.

Pero ya los primeros luditas, destructores de telares industriales en la Inglaterra del XIX, se dieron cuenta de que tal cosa no iba a ocurrir dentro de la lógica capitalista: la tecnología servía para mejorar los beneficios y la productividad para el empresario, mientras que los trabajadores se quedaban en la calle.

El sistema económico no contemplaba un reparto de la riqueza producida por las máquinas: como en la mafia siciliana, las ganancias fluían hacia arriba y los marrones, en forma de desempleo, hacia abajo.

Desde aquellos tiempos la automatización del trabajo ha ido creciendo y las máquinas han ido sustituyendo a las personas en mayor número de labores. El otro día, en un centro comercial, unas cajeras me enseñaron cómo manejar un aparato para pagar la compra de forma automática.

Fue curioso ver cómo esas trabajadoras se veían obligadas a extender el uso del cacharro que les acabaría quitando el puesto. Se cierran sucursales bancarias, aparece el auto check-in en las recepciones de los hoteles y en los aeropuertos, hay software que aprende a escribir artículos como Éste, Amazon, Netflix o Spotify desmantelan discográficas, cines, librerías, videoclubs. Hasta se desarrollan coches autónomos.

Todo el trabajo repetitivo será pronto programable y parte del trabajo creativo también será realizado por las máquinas. No es hasta ahora, desde tiempos de los luditas, con la explosión tecnológica y el auge de la robótica, cuando se ve en el horizonte la posibilidad de un mundo en el que las máquinas, los robots, realicen la gran mayoría o incluso todas las tareas. Esta por ver si de todo esto sale beneficiada toda la sociedad o solo los que se sientan en la cúspide.

¿Qué hacer?

Pero imagine un mundo sin trabajo, ese domingo eterno. ¿Qué haría usted? ¿A que dedicaría su tiempo? Yo supongo que haría lo mismo que hago ahora, leer, escribir, estudiar, porque trabajo en lo único que sé hacer, pero, ¿no da vértigo la idea de una vida exclusivamente ociosa? ¿Tiene sentido el ocio sin la contraparte del trabajo?

Recientemente entrevisté a la filósofa Marina Garcés (algunos de sus últimos libros son 'Filosofía inacabada' o 'Fuera de clase', publicados por Galaxia Gutemberg) y hablamos sobre estos asuntos.

"Mucha gente lleva toda la vida trabajando y, cuando se jubila, ya no sabe qué hacer con su tiempo", me dijo. Es algo que se ve con frecuencia: el jubilado, o sobre todo el prejubilado, que tiene dificultades para encontrar el sentido a una vida sin la tortura laboral. Por ejemplo, los numerosos prejubilados de la minería asturiana, que tenían fama de pasarse la vida en el bar, pero que ahora se dedican a hacer deporte.

"Es preciso deslaboralizar la vida", me dijo Garcés, "porque la vida es hacer cosas, pero no solo cosas relacionadas con el trabajo. Trabajar en una sola cosa no nos ha dejado vivir. Pero ahora el trabajo, el salario, perderá centralidad. Es preciso liberar el hacer del trabajar".

Hoy en día es como si nuestra identidad estuviera secuestrada por el curro, "y eso que ya no hay trabajos para toda la vida, sino que trabajamos de una cosa y de otra de forma intermitente y precaria y somos tan esclavos del empleo como del desempleo", me señaló la filósofa.

Curiosamente, la flexibilidad en los horarios laborales y las nuevas tecnologías, en vez de darnos más libertad, han supuesto una cadena más larga que nos ata a todas las horas del día: en Francia ya andan regulando el derecho a la desconexión para que no trabajemos hasta durmiendo.

Y los cada vez más numerosos trabajadores autónomos, más que disfrutar de libertad para planear sus horarios y disfrutar del tiempo libre, carecen de un horario fijo que les proteja, a modo de barricada, de la sobrecarga laboral cotidiana. Una vida sin freno, un frenesí.

Pero, ¿desaparecerá el trabajo? ¿Y a quién beneficiará?

De todas formas aún está por ver si conseguimos liberarnos del trabajo gracias a la tecnología. Las perspectivas no son demasiado halagüeñas. Ya en una fecha tan temprana como 1995, el economista Jeremy Rifkin alertaba en su libro 'El fin del trabajo' (Paidós) que la imparable tecnología estaba creando un gran desempleo estructural. Yo llevo una temporada preguntando a todo tipo de expertos sobre cuál será el futuro del trabajo, y nadie tiene las cosas nada claras.

Los científicos, tecnólogos y empresarios señalan, como les corresponde, que en todas revoluciones tecnológicas ha habido ajustes de este tipo en materia de empleo, pero la tecnología siempre ha terminado por crear tantos nuevos puestos (muchos de ellos aún no los podemos ni imaginar) como ha destruido.

Los intelectuales de izquierda y los sindicalistas no son tan optimistas: temen que las máquinas creen grandes bolsas de desempleo y pobreza, enormes poblaciones superfluas que mantener, revueltas, hambre, problemas migratorios, todo tipo de desastres.

Según el informe 'The future of employment', de la Universidad de Oxford, el 47% de los empleos están en serio peligro de extinción. De hecho, algunos sindicatos (por ejemplo la Unión General de Trabajadores, UGT) ya señalan la necesidad de poner un impuesto al trabajo de los robots (que pagarían los empresarios) para que contribuyan a mantener a una sociedad que estará muy necesitada de 'cash'.

Según el 'Estudio sobre estadísticas de Robótica' de la Asociación Española de Robótica, en 2015 había 33.338 robots en España, la mayoría trabajando en el sector industrial. Aunque cada vez llegan más al sector servicios.

En el futuro que se nos viene encima el conocimiento será muy importante a la hora de encontrar ocupación, porque desaparecerán los trabajos no cualificados, los que más fácilmente serán realizados por robots.

Como decía el geógrafo David Harvey en una entrevista reciente ahí la cosa se pone peliaguda: si ahora se destruye la educación pública como ascensor social, llegaremos a un sistema de dos castas: una superior que estudie y trabaje y otra muy inferior que nunca tenga acceso a los estudios y por tanto a un trabajo o a vida una decente. Una auténtica distopía.

¿Cómo construir un futuro sin trabajo y decente?

Tratando de superar los miedos de la izquierda ante el futuro tecnológico que se avecina hay autores que proponen recuperar aquella promesa de que trabajen las máquinas y el humano descanse y viva. Lo llaman poscapitalismo. En el libro titulado 'Poscapitalismo' (Paidós) Paul Mason ya se adentra en las posibilidades de una nueva economía basada en las nuevas tecnologías.

Y en su aún más reciente libro 'Inventar el futuro' (Malpaso), los británicos Nick Srnicek y Alex Williams, proponen la automatización plena (es decir, ponerse como objetivo un futuro en el que todo lo hagan los robots), la reducción de la jornada laboral y una renta básica universal para mantener a las personas, que estaremos ociosas.

Aunque hay peligros de la renta básica sobre los que ya me alertó Marina Garcés: "Hay que tener cuidado con la propuesta de una renta básica neoliberal, que sirva de excusa para destruir los servicios públicos. La renta básica tiene que ser un complemento".

La renta mínima universal

Una renta mínima universal deseable, según Srnicek y Williams, debe proporcionar ingreso suficiente para vivir, se debe dar a todo el mundo sin condición alguna (para no crear estigmatización en quien la recibe) y debe ser un suplemento, no un sustituto, del Estado del Bienestar.

Para ellos, esta medida reduciría la pobreza, mejoraría la sanidad pública, reduciría las costos sanitarios, disminuiría el abandono escolar y los delitos menores, reduciría la burocracia estatal y proporcionaría más tiempo para estar con familia y amigos.

"Se trata de un mecanismo de redistribución que transforma la política del trabajo", escriben. "La demanda socialdemócrata clásica del pleno empleo debe ser sustituida por la del pleno desempleo. Sus ventajas: no depende de la división de género entre las tareas domésticas y la economía formal, no mantiene a los trabajadores atados a una relación salarial y permite la autonomía de los trabajadores sobre sus vidas".

Un último escollo sería acabar con la llamada 'ética del trabajo', muchas veces de origen religioso aunque en el corazón mismo del capitalismo. Esa que dice que trabajar es bueno 'per se', que solo es valioso lo que se consigue mediante esfuerzo y sufrimiento, y que la holgazanería es cosa mala (un pecado capital, al fin y al cabo).

"Nuestra vida se estructura cada vez más en torno a la autorrealización competitiva y el trabajo se ha convertido en la avenida principal para alcanzarla", escriben Srnicek y Williams, "el trabajo, sin importar cuan degradante sea o mal pagado o inadecuado, se considera meta última".

Porque en un mundo con renta básica universal, en un mundo sin trabajo, en un mundo poscapitalista, también estaría bien vista la opción personal de aquel que no quisiera darle palo al agua.

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